31.1.11

HISTORIAS. La ballena (parte 2).



Y si ayer decía que tristeza, es porque es inevitable que uno no sienta cierta empatía por estos animales. Se trata de mamíferos como nosotros, y entre ellos, al igual que los delfines, se organizan en grupos. Poseen muchos comportamientos que podríamos considerar como "sociales", como por ejemplo el que las hembras cooperen entre si para alimentar y proteger a sus crías, o que ayuden a un compañero enfermo (se ha dado el caso de grupos de machos que han varado juntos, posiblemente al cooperar para socorrer a un miembro del grupo). Se cree que poseen también cierta capacidad para comunicarse.

He leído que se está organizando el sacarla de la playa por mar para hacerle la necropsia y recuperar su esqueleto para exponerlo, en un futuro, en un museo de ciencias naturales. Uno piensa si tal vez este sea el mejor de los destinos. Puede que si.




Y sea cual sea su final, no se me ocurre mejor homenaje que hacer un repaso a algunas de obras que han encontrado su inspiración en las ballenas, desde la literatura, Moby Dick, a la música:

1.-Guided by Voices - White Whale
3.-Migala - The Whale
5.-Pete Seeger - Song Of The World's Last Whale

30.1.11

HISTORIAS. La ballena.



Ella ha sido sin ninguna duda la gran protagonista de la playa este fin de semana.

Afortunadamente no suele ser muy común el varamiento de cetáceos en nuestras costas, al menos de uno de las dimensiones de éste. Por lo leído en la prensa se trata de una cría de cachalote, el animal con el cerebro más grande de todos los existentes y el mamífero que se sumerge a mayores profundidades, llegando hasta los tres mil metros.

Ayer nos enteramos de la noticia, así que hoy fuimos pronto hasta Lume Boó empujados por la curiosidad. Pero al encontrarla no pudimos evitar una cierta tristeza al ver cómo un animal tan majestuoso había terminado sus días en esta playa.







28.1.11

LETRAS. La conjura de los necios.


-¿Quiere hacer el favor de escucharme?

-Bueno, si es absolutamente preciso. Quizás debiera advertirle que estoy a punto de desmayarme de angustia y de depresión general, (...) La película que vi anoche era especialmente agobiante, un musical playero juvenil. Casi me desmayé durante la secuencia de la canción en la tabla de surf. Además, tuve dos pesadillas anoche, en una de las cuales intervenía uno de esos espantosos autobuses Scenecruiser.

-La conjura de los necios, de John Kennedy Toole


Hace unos días que acabo de volver a empezar a leer "La conjura de los necios" del escritor norteamericano John Kennedy Toole.

No sé por qué hace unos cuantos años interrumpí su lectura cuando estaba casi a punto de acabarlo. El tema es que fue pasando el tiempo, y con los años, poco a poco se fueron borrando los recuerdos del libro. Ahora que lo vuelvo a leer, esos recuerdos regresan cada vez que se inicia una de las múltiples aventuras protagonizadas por el quijotesco Ignatius en su lucha continua contra el mundo establecido.

El libro comienza con un excelente prólogo escrito por Walter Percy, el responsable de que el libro se haya dado a conocer. En él cuenta la historia de como el texto, o más bien su manuscrito, llegó a él, y la sensación que se siente cuando se descubre que entre las manos se tiene una joya inédita de la literatura universal. Sólo por el prólogo merece la pena la lectura del libro.

26.1.11

FAROS. Cabo Prioriño.



El Faro se construyó, tal y como indica la veleta que corona su linterna, en el año 1851.

Su emplazamiento: al borde de los acantilados de Cabo Prioriño, en la entrada de la Ría de Ferrol.

Sobre las rocas el faro parece desafiar al viento y al mar, y eso que estos días el mar estaba muy tranquilo.

Es de los pocos faros aún habitados y su luz, con un alcance de entre 15 y 22 millas, marca el fin entre las aguas calmadas de la Ría y el inicio de las agitadas del Océano.







24.1.11

HISTORIAS. De otra madera.


The Barcelona Sessions from ConferenceTV on Vimeo.

Hace años probé con los patines en línea. Varios de mis amigos habían empezado a patinar, y no era una mala diversión para cuando no estábamos en la playa.

Estuve patinando varias semanas, hasta que poco a poco fui ganando algo de confianza. Así que un día, en la plaza de Portanova, me tiré cuesta abajo desde Kirra. Tracé bien la primera curva, pero ya en la plaza empecé a coger demasiada velocidad, tanta como para no tener el control suficiente. Y en lugar de seguir recto, me lancé a por la segunda curva, enfilando la bajada frente a la entrada del Centro Cultural Carballo Calero.

En medio de la curva una tapa de alcantarillado se cruzó en mi trazado sin tiempo para esquivarla. Salí despedido si cabe con más velocidad en dirección a la acera, y desde allí por el aire hasta que aterricé con la barbilla sobre el bordillo del jardín.

Llegué a casa sangrando, con los dientes doloridos y totalmente convencido de que los patines no eran para mí. Los patinadores y skaters están hechos de otra madera. O más bien de una mezcla entre piedra y goma pensé.

23.1.11

HISTORIAS. Madrugar.











De poco ha valido ayer y hoy levantarse temprano para ver si había olas.

¿De poco?.

Sólo por poder darse una vuelta a primera hora de la mañana por la playa,
mientras el sol empieza a calentar tras asomarse por el valle,
ha valido la pena.

Si no fuese porque mañana hay que ir a trabajar,
repetiría.


Por la tarde, algún afortunado,
a pesar del frío y del viento,
fue capaz de coger alguna de las que rompía en la orilla.

20.1.11

HISTORIAS. A Madeira.


-Eu cría que xa non se utilizaba madeira nos barcos.

-Como se nota que non pescas. Se non se usa é só porque necesita mantemento, pero é moito máis mariñeira. Nun barco de madeira estás metido no mar, incrustado nel. Séntelo nos riles –explicou-. En cambio, os de poliéster ou fibra de vidrio esvaran sobre a auga. Son outra cousa.

-"A praia dos afogados" de Domingo Villar.

Hacía años que no leía un libro en gallego. Creo que al menos desde COU. Así que antes de empezar "A praia dos afogados" de Domingo Villar, he de reconocer que tenía un cierto sentimiento de pereza, la sensación de que por estar en gallego el libro me iba a exigir más que otros, y que por tanto me iba a costar hacerme a la historia.

Sin embargo no fue así, y de haberlo leido en castellano, tal vez la historia me hubiese resultado menos creíble (aunque un inspector de policía zaragozano hablando gallego no es fácil de asimilar).

Al fin y al cabo en los muelles el idioma que más se escucha es el gallego y con él me expreso cuando hablo con mucha gente tanto allí como en Doniños. De hecho casi puedo afirmar que parte de mis pensamientos hablan en gallego. Así que tras terminarlo me quedé con una muy grata sensación de haber disfrutado y una reflexión.

Repasé algunos de los libros que habíamos leído en el colegio y que formaban parte del temario. Libros tanto en gallego como en castellano, y el recuerdo que tengo de todos ellos es bastante gris. Sin duda se tratará de grandes obras de la literatura de todos los tiempos, pero en manos de un chaval de entre 15 y 18 años, las obras de arte se convierten en verdaderas pesadillas, torturas en las que cuesta pasar de página. Recuerdo “Lazarillo de Tormes”, “La Colmena”, “Viaje a la Alcarria” (dos obras de lectura obligada en el bachillerato debido al Nobel de Cela del 89), “Zalacaín el aventurero”, “La Celestina” o “El Cantar del Mío Cid”. Otros ya se me han olvidado. En lugar de elegir libros que resultasen más propios a nuestros gustos y mentes de esa edad, con el objetivo de que nos aficionásemos a la lectura, lo que recibíamos eran impulsos para todo lo contrario. Si hoy se lee poco creo que es porque muchos asocian aún a la literatura con aquellos terribles ejercicios que hicieron que muchos perdiesen el gusto por las letras.

A los que les haya pasado, sólo les puedo recomendar que al menos lo intenten.


-Creía que ya no se utilizaba madera en los barcos.

-Como se nota que no pescas. Si no se usa es sólo porque necesita mantenimiento, pero es mucho más marinera. En un barco de madera estás metido en el mar, incrustado en él. Lo sientes en los riñones –explicó-. En cambio, los de poliéster o fibra de vidrio resbalan sobre el agua. Son otra cosa.

-"La playa de los ahogados" de Domingo Villar.

18.1.11

HISTORIAS. 3 perspectivas de una misma realidad.



Es increíble como cambian las cosas en función de la perspectiva con la que se mire. Y más si esa perspectiva quien la da es una fotografía o una serie de ellas.

Al componer una imagen el fotógrafo dota a la misma de un significado que no tiene porque ser igual al de la realidad. Llevado al surf, ¿cuántas veces las fotos no hacen "justicia" a la verdadera calidad de las olas? Recientemente lo pensaba leyendo un reportaje de una revista. El texto que acompañaba a la foto nos hablaba de un tubo impresionante en el que el surfista había entrado de pie. Pero por la imagen podría tratarse perfectamente de una orillera que en lugar de abrir cerrase completamente. Yo mismo lo viví hace poco en un baño en Villarrube. No abrió casi ni una sola derecha, y de las fotos parecía que aquello había sido una sesión de paredes interminables.

Otro ejemplo es el de estas fotos. Están sacadas todas el mismo día, el pasado sábado, y casi en el mismo instante. Y cada serie podría ser el argumento de una historia bien distinta. Ahí van mis propuestas y que cada uno elija para su imaginación la que más le guste:

1.-Líneas perfectamente ordenadas entran en un Doniños casi peinado por el nordeste reflejando el buen estado de sus fondos.




2.-Mar totalmente desordenado con viento girado y fondos que continúan estando totalmente desastrosos.



3.-Orilleras cerronas rompiendo sobre un fondo seco en medio de un mar caótico.



Por lo poco que pude ver hoy de la playa, la realidad sería una combinación de las 3: mar ordenado por el nordeste + malos fondos + orilleras cerronas.

16.1.11

SURFISTAS. Miguel Camarero Suanzes (parte 2)


Si no nos leído la parte 1 se recomienda pulsar antes AQUÍ.


Playa de Baldaio - 1967

Los primeros viajes.

El auto-stop, en la España de los setenta, era entonces un procedimiento habitual de viajar. El transporte a las playas era un gran problema, y como los tablones eran pesados y voluminosos, su transporte suponía una dificultad añadida. Era normal, a falta de baca, llevar las tablas abrazadas por fuera de las ventanillas de los coches. Muchos conductores no se daban cuenta del berenjenal en que se metían cuando, amables, paraban a unos individuos cargados con unos extraños artilugios. Sin duda el haber dado con buena gente, y la curiosidad que despertábamos, nos fue de gran ayuda y una gran aliada en nuestros viajes.

Gonzalo y yo viajamos a principios de los setenta en auto-stop y con dos tablas hasta Salinas, lo que era entonces para nosotros la meca del surf, y donde Félix pasaba los veranos. De camino paramos, y estuvimos varios días, en Tapia, todavía en sus comienzos, pero ya con fama de playa y personajes.

En Salinas nos recibió la familia Cueto que eran tantos hermanos como un equipo de rugby con suplentes incluidos, y entre ellos varios surfistas. A excepción de Carlos “El Escayolista”, que usaba una enorme tabla, en aquellos pagos ya disfrutaban de modernidades ligeras y se comenzaba a ver el invento, que no nos atrevíamos a poner en nuestros tablones por miedo a que varasen en la orilla con un trozo de pierna amarrada. Nos alojamos en un chalet abandonado. La estrella de nuestra dieta eran los bocadillos de morcilla asturiana, que se podían comprar entonces por unos 30 céntimos la pieza y que se adecuaban a nuestro presupuesto.

Entre otras escenas curiosas, nos recuerdo subidos a un carro del país llevándonos desde los Molinos a Berdoyas. Los tractores eran también sensibles a nuestros esfuerzos, y si tenían espacio, era raro que no nos parasen. De esa forma fuimos explorando desde Sisargas a Finisterre, pues como dije, para el traslado inicial, la línea de autobuses Finisterre no ponía pegas a los tablones. Planificábamos la exploración sobre una vieja carta de navegación “de Cabo Finisterre a Cabo Ortegal”. Las “remotas” Arou, Trece, Traba, Nemiña, Arnado, Beo, Sealla, ..., eran una relación interminable, y aunque ya habíamos pateado aquella costa desde adolescentes, ahora el filtro era la posibilidad de surfear en ellas: estudiábamos orientación, entorno, fondos, vientos… etc. Todas sin excepción, y eran cientos, nos ofrecieron una belleza salvaje y algunas, buenas olas.

Aquel verano apareció por Bastiagueiro Juan García Conde que aportó, además de su simpatía, una Barland-Rott de Biarritz de ancha manga, divertida y tan grande que permitía incorporarse a ella desde otra tabla y llevar a dos encima. También gracias a él pudimos disfrutar de un Seat Seiscientos con un aforo increíble, “preparado” hasta para llevar tablones encima.

Más tarde, y durante unos meses, “disfrutamos” de un desahuciado Fiat de 1940 que nos prestó un piloto que estaba navegando y que su dueño ya no pudo recuperar: el coche falleció un día en Baldaio totalmente agotado.



Playa Larga - 2006

Las primeras tablas.

La Bilbo, que ya era nuestra tras heredarla de Félix, hacía agua por muchas vías; su proa, después de muchas reparaciones que hacíamos con resina que nos daban de la marca “Fiberglass”, se abría como la boca de una ballena y auguraba un futuro corto.

Tras terminar Náutica comenzamos a navegar y viajar por todo el mundo. Mis primeros viajes fueron a la costa Este americana, recuerdo que en un crudísimo invierno. Allí tuve contacto con el mundo ”global” del Surf y revistas como “Surfer”, que en España sólo conocíamos tan manoseadas como un “Playboy” de entonces, y que allí se vendían frescas en los kioscos. En ellas nos anunciaban playas, olas y unas tablas que hacían antiguas a las nuestras.

Esos viajes, y las revistas “Surfer”, fueron el fin de la Bilbo. Contagiados de las nuevas corrientes, formas y dimensiones, decidimos…, mas bien decidí, cortar la Bilbo por lo sano, y así conseguir una moderna tabla de 1,80 metros. Sin embargo, y tal y como decía Carlos Bremón, tras la operación la tabla parecía más un portaviones japonés que un artilugio para deslizarse en las olas.

Tras aquellos experimentos, todas las circunstancias hacían aquel momento el idóneo para iniciar la construcción naval, pero en nuestro caso a escala tablera. No era fácil conseguir los materiales y los expertos nos aconsejaban una resina de Ciba-Geygy. Después de una incursión por una zona industrial de Madrid en la “Gucci” de Gonzalo, regresamos a casa con la resina y un fantástico “mat” que prometía un estupendo acabado. La espuma era nuestro problema, y confiados en la consistencia de la super resina, y desoyendo a nuestros consejeros, comenzamos la construcción. Más que un acabado, se puede decir que a la tabla le dimos un terminado, ya que nuestra ansia por probar la primera tabla fabricada por nosotros nos hizo descuidar el secado.

La resina la habíamos teñido de un rojo intenso y luminoso, y Gonzalo tuvo el honor de botarla en el Orzán. La tabla funcionó pero los hilos endurecidos por la resina eran como cuchillas, y lo que pensábamos que era el desteñido de la tintura, resultó ser abundantísima sangre producida por los cientos de cortes que Gonzalo se había producido. Salió del agua como un Nazareno, lo que no fue obstáculo para que todos los que estábamos allí, esta vez protegidos con una camiseta, probásemos el invento. Esta primera tabla duró poco, pues la espuma, aficionada al agua del Orzán, no se secaba entre baño y baño. La que de “diseño” era una tabla de 5 kilos, triplicó su peso desde el primer día. La segunda tabla que fabricamos ni se botó.

Afortunadamente al poco tiempo aparecieron Rufino y Tito, a quienes en base a nuestra experiencia como constructores de tablas, pudimos valorar con justicia; ellos sí que fabricaban unas excelentes tablas, baratas y casi asequibles a nuestras escasísimas economías.


Durban - 1978

El surf.

Un observador objetivo vería nuestro disfrute en la observación de la mar como una obsesión enfermiza. La atracción que la mar ejerce en cualquier persona, y que se agudiza en los ribereños, se convierte en obsesión en los surfistas. Es así que hasta un badén en la carretera te puede despertar el gusanillo. Como leí de Carlos Bremón, desde que te deslizas en tu primera ola, estás tocado; desde ese momento ya no puedes evitar cada vez que ves una ola, calcular su inclinación, el punto suficiente de pendiente, la salida a izquierdas o derechas, como volver a entrar, las corrientes, mareas, ….Has entrado en un mundo sin dimensiones, o mejor dicho, en un mundo en el que las dimensiones dependen de tu imaginación. Dicho con pompa científica, has caído en el universo del movimiento ondulatorio: surfeas olas en los rápidos de los ríos en Canadá; coges las que rompen en la bancada de hielo de los grandes Bancos; remas las inmensas olas de la mar de leva en un tifón al sudeste del Japón; acompañas a los delfines en la ola de proa, y a las ballenas corriéndolas en un luminoso temporal en Sudáfrica; te sumerges en los perfectos tubos que una pedrada provoca en la orilla de un charco.


Rápidos en Canada

Por mi profesión, viajé por todo el mundo y tuve ocasión de surfear en Brasil, California, Sudáfrica, Namibia. Recuerdo un amanecer en Durban con cientos de surfistas en una playa protegida de los tiburones por redes tendidas; de unas olas cristalinas que rompían como en los sueños en la esquina norte de Ipanema; y de disfrutar siempre de la compañía amigable de los que teníamos la pasión de deslizarnos en las olas. La amistad nacida en las playas, a pesar del tiempo transcurrido desde aquellos inicios, mantiene su frescura. Un encuentro casual es como una explosión de recuerdos alegres, que en un instante invaden tu cerebro y creo se pueden percibir en nuestra expresión; la conversación puede ir por otros derroteros, pero el subconsciente siempre ilumina una relación que no por lejana, pierde intensidad.


Mar enorme en el SE de Japón.

Practiqué siempre el surf con nulo espíritu competitivo, con el único objeto de disfrutar de este deporte. La competición, atrajo a este deporte en nuestra tierra a miles de surfistas y la labor de los que dedicaron su esfuerzo a la organización, fue importantísima. En cualquier parte del mundo podemos presumir de tener un campeonato como el Pantín Classic en Galicia, siempre con el recuerdo del “descubridor” de la playa, Carlos Bremón, cuando de vuelta de su expedición de fin de semana, todavía emocionado, me describía una playa y unas olas del paraíso. No exageraba.

Todo es válido y convertible en disfrute en la cabeza de un surfista, y a pesar de haber desarrollado otras muchas actividades, siempre hay una ola que correr, nuevas playas que buscar, y amigos con quien compartirlas.

Cuando te inicias en esto, más que marcado diría que estás bendecido por la suerte ser partícipe de un juego, por ser uno más del Gran Juego.

14.1.11

SURFISTAS. Miguel Camarero Suanzes (parte 1)



Bastiagueiro 1981 - De izq a der.: Antón Camarero, Miguel Camarero, Gonzalo Viana, Félix Cueto y Carlos Coira.

Miguel Camarero nació en A Coruña en el año 1950. Marino y pintor, toda su vida ha estado vinculada profundamente al mar, como capitán de distintos barcos, profesor en la Escuela de Náutica y como práctico en el puerto de Tarragona. Pero esta relación no se limita únicamente a lo profesional; también como artista, el mar protagoniza su obra. Terranova, Groenlandia, África del Sur, ..., a todos estos lugares viajaba siempre acompañado de su caja de acuarelas y cuadernos de apuntes, en los que recopilaba imágenes, sensaciones y recuerdos de sus mares, tierras y gentes.

Con los años recala en tierra, ejerciendo como práctico en pequeños puertos en Finisterre y patrón voluntario en las embarcaciones de salvamento de la Real Sociedad Española de Salvamento de Náufragos. Posteriormente se traslada como práctico a la costa mediterránea, en dónde continúa pintando y practicando surf cuando las condiciones son las propicias.

En 1969 Miguel conoce a Félix Cueto, y junto con su amigo Gonzalo Viana, se inicia en la práctica del surf. Ellos serán los primeros gallegos en coger olas en las playas del Atlántico.


Playa de Bastiagueiro - 1980

Los inicios.

Antes de comenzar con el surf, ya teníamos una gran pasión por el mar, y en parte, antes de subirnos por primera vez a una tabla, ya habíamos vivido la “sensación”. Nos habíamos deslizado en las olas con botes de remos, colchones, nadando, con un cayuco traído de Guinea por un tío marino, con un extraño artilugio con vela latina precursor del windsurf, y hasta con una pesada “anduriña” que tenía Gonzalo Viana.

A través de un ejemplar de la revista “Mecánica Popular”, tuvimos noticia de que las tablas de surf se construían con madera de balsa. Sin embargo para nosotros aquel material, el único con el que pensábamos que se podían construir las tablas de surf, era algo completamente exótico y no accesible, lo que nos alejaba de cualquier posibilidad de acceder al deseado artilugio.

Estábamos en la década de los 60 y no sé de qué forma, un disco LP del grupo de música surf instrumental “The Astronauts” cayó en nuestras manos; música con muchísimo ritmo y que describía en sus letras el surf; también otros de los Beach Boys; o alguna película con escenas sueltas o segundos planos en los que se veían surfistas. Todas estas visiones nos mostraban un mundo que para nosotros era deseado pero inalcanzable... . No había tablas y no nos imaginábamos cómo conseguirlas. Entre las películas de la época recuerdo especialmente “La Playa”, pues pudimos verla como unas 10 veces: en ella un actor secundario se ponía ciego de correr olas y caminar sobre un tablón en una maravillosa playa californiana, que resultó ser, cómo no, Malibú. Otra de la época con surf de fondo, al menos durante un par de intensísimos minutos, y en la misma playa, fue “500 millas”, protagonizada por Paul Newman. Era muy poco, pero suficiente para hacer germinar y crecer nuestras ansias por practicar aquel deporte.

Con esta frustración trascurrió el tiempo y pasaron los sesenta, hasta que un día, seguramente en la primavera del año 1969, y creo que en la playa del Orzán, vimos a un tipo con una tabla naranja que corría las olas con tanta elegancia como el “artista” de “La Playa”. Es curioso que en mi memoria no queda de aquellos días más que el impacto de la visión del surfista, que era Félix Cueto, y ni rastro de la forma en que se inició una estupenda amistad.

Los primeros baños.

De entre todos los lugares guardo un especial recuerdo de Malpica. Malpica ofrecía una excelente playa, un pueblo extraordinariamente acogedor y una gran ventaja: la “facilidad“ para el transporte de personas y tablas; la “facilidad” consistía principalmente en que los chóferes de la empresa de autobuses Finisterre, que era la empresa que explotaba la línea que iba a Malpica desde A Coruña, nos permitían transportar las tablas “en cabina”.


En Malpica comenzó nuestro duro aprendizaje, aderezado por las broncas continuas que Gonzalo y yo recibíamos de Félix ante nuestro nulos y torpes avances. La impaciencia de Félix era lógica, pues mientras nosotros nos iniciábamos con su tabla, él sólo podía disfrutar de un paipo, que era como llamábamos al bodyboard que también tenía Félix.

Aquel Septiembre acampamos durante varios días entre la playa de Sealla y la de Area Maior. Recuerdo gratamente la inmensa hospitalidad “malpicana”, personalizada en Carmen Amigo y los maravillosos caldos y caldeiradas que nos preparaba, y que nosotros le intentábamos pagar con inmensa gratitud ante el descomunal apetito con el que salíamos del agua.

Poco a poco comenzamos a soltarnos encima de la Bilbo de Félix y a escaparnos de la espuma cogiendo “carne de ola”, que así era como llamábamos a las paredes, y a disfrutar intensamente. Visto desde la distancia de tantos años, estos recuerdos son el comienzo, y sólo una pequeña parte de lo que el surf llegó a suponer para nosotros.

Félix fabricó entonces para nosotros otras dos tablas. Sin embargo aquellas tablas tenían serios fallos “tecnológicos” y de acabado. A parte de que a los pocos baños aumentaba mucho su peso debido al agua que cogían, el mal acabado nos causaba heridas. El día que las estrenamos en el Orzán, al salir del agua nos sorprendió ver nuestros torsos enrojecidos. Lo primero que pensamos era que las tablas habían desteñido, tintando nuestras barrigas y pecho de un fuerte rojo. Sin embargo la realidad era que el color se debía a nuestra piel llena de rozaduras y enrojecida por las heridas. Con la emoción ni nos habíamos dado cuenta del dolor.

Desgraciadamente son pocos los testimonios gráficos que quedan de aquellos primeros baños. No teníamos cámara de fotos, ni nos planteábamos siquiera su necesidad. Siempre pinté y dibujé, y lo sigo haciendo, y los únicos recuerdos gráficos que guardo son algún apunte de aquellos comienzos y un óleo de 1977.



Los compañeros.

Los naufragios del Isla y el Erkowit, en el otoño de 1970, nos sorprendieron a los tres, Félix, Gonzalo y yo, surfeando en el Orzán, ajenos a la tragedia que conmovió a la ciudad. Aquel naufragio provocó la reactivación de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos, que se transformó en una sección de la Cruz Roja. Para entrenar a los que nos habíamos presentado como voluntarios, y de paso tratar de vender sus estupendas embarcaciones, los británicos de la RNLI enviaron dos embarcaciones que permanecieron con su tripulación más de un año en nuestro puerto. En esas prácticas tuve la suerte de conocer a Carlos Bremón. Un día de mal tiempo, mientras estábamos embarcados en el veloz y modernísimo prototipo, corrimos con la embarcación una rompiente y salió el tema del surf. Carlos me contó que tenía en “usufructo” una tabla todavía más grande que la Bilbo de Félix que veníamos utilizando. Su tabla era una “Ten Toes” de casi tres metros y un peso considerable. Carlos tenía además un Seat 850, con el que nos llevaba a las playas. Aquel invierno disfrutamos del surf con Carlos Bremón, Alejandro Mesías, y Manuel como fijos, a los que se sumaban de vez en cuando algunos irregulares como Carlos Coira, Pipo Vázquez, además de muchos otros compañeros de Náutica que atraídos por la novedad venían de vez en cuando a probar.

Aquel invierno, y los años siguientes, el número de surfistas era mayor que el de tablas, lo que nos obligaba a entrar en el agua por turnos. Las esperas en el verano se solventaban sin problemas. Pero en invierno teníamos que acudir a una protección térmica adicional a base de jerséis de lana o camisetas, que creíamos nos aguantaban un poco más nuestro calor corporal.

En realidad la mayor protección nos la proporcionaba, además del ansia de surfear, la “vergüenza torera” que nos provocaba la madre de Carlos Bremón, casi octogenaria y que compartía el baño con nosotros. Solía acompañarnos a la playa cuando íbamos a hacer surf, ya que era una persona a la que le encantaba el mar. Yo creo que se bañaba todos los días del año, y la verdad es que nos daba la sensación que para ella había dos tipos de personas: los que eran como nosotros, amantes del mar, y el resto, a los cuales no tenía en la misma consideración.

Las tiritonas en el viaje de vuelta, en el coche atiborrado de gente húmeda y agotada, duraban el interminable tiempo que la calefacción tardaba en caldear el interior.


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