29.4.13

HISTORIAS. El delfín.






Hace años, cuando las tablas aún se medían en metros, era muy común que sus propietarios les pusieran nombres. Aquel acto representaba, en mi opinión, una demostración de admiración y cariño hacia un objeto material con el que llegaban a sentirse especialmente unidos. Así surgieron nombres casi míticos como "La Gaviota", "La Guapa", "La Guadaña", "La Chata", o mi preferido, "La sartén voladora". También las tablas solían recibir los nombres de sus shapers, cosa que hoy no tendría mucho sentido, dado el elevado número de tablas que, de un mismo taller, podemos encontrar en una playa. Entonces, sí que tenía un significado, y surgieron "La Dick Brewer", "La Bolt", "La Nat Young", "La Crystal Tiki", ... Nombres a través de los cuales se identificaba no sólo a la tabla, sino también a su propietario.

Así que el otro día, tras recoger de Román mi nueva Iron Mountain, y tras enseñársela a Vicente y a algunos de sus hermanos, unos de ellos, creo que Suso, dijo: "parece un delfín". Desde ese momento entendí que la tabla ya tenía nombre. 

Mi experiencia anterior en el mundo del longboard es mínima. De hecho hasta ahora no había tenido uno propio. Siempre había ido al agua con uno prestado, sin tiempo para acostumbrarse a él. Mi principal referencia ha sido en este tiempo un tablón de corcho de los de escuela, con el que este verano e invierno me he dado algunos de los baños más divertidos que recuerdo.

Así que cuando pensé en hacerme un tablón, lo que tenía claro era que quería algo con mucho volumen, casi tanto como el del tablón de corcho, para que me llevase en cualquier ola, por muy pequeña o tendida que ésta fuese. La otra característica que quería era que fuese muy rápido, aunque ello supusiese sacrificar algo de maniobrabilidad.

Así que con estas dos únicas indicaciones de volumen y velocidad, me puse en manos de Román. ¿Y por qué? Aunque apenas lo conozco, creo haber apreciado en él valores que hoy en día a veces resultan poco comunes. Entre otros, admiro a la gente que es capaz de tomar la iniciativa y de organizar y participar en cosas que van más allá de los intereses económicos particulares, y con los que se busca crear grupo, comunidad. También, y muy importante, es que de las pocas tablas que había visto de él, todas me gustaron. Definitivamente creo que sus acabados y diseño no tienen nada que enviar a los de otras marcas con más renombre y precios mucho más altos. Tal vez sea porque el tablón está hecho aquí. Tal vez porque una vez fabricado no hay que importarlo. Pero con un precio asequible de compra, esta es una opción que se debería tener en cuenta mucho más.

Antes de ponerse manos a la obra, Román me envío las características de la tabla: 9,2x22x3, con un rocker muy suave en el nose, así como un tail un pelín más pronunciado que ofrezca fluidez suficiente para el noseride. Cantos 50x50 con los que lograr un muy buen agarre en la pared a la hora del noseride. Botton cóncavo, en forma de lágrima, en el primer cuarto de la tabla que ofrece una burbuja que garantiza una llegada segura al nose. En el resto del deck un velly que facilita un poco el giro. Laminación 4+6 en el deck y 6 en el botton, con un solo engrose de resina para lograr un long ligero.

Si soy sincero, cuando leí estos detalles técnicos no entendí casi ni la mitad, pero el diseño, y sus explicaciones, me resultaron muy convincentes. 

La tabla ya está en casa. Ahora sólo queda probarla. Ojala que "El delfín" haga honor a su nombre, aunque ello dependerá en buena parte de mí. Espero no defraudar.

27.4.13

HISTORIAS. Monteferro.











Hasta el sábado pasado nunca había estado antes en la playa de Patos. Sin embargo, y me imagino por las fotografías y vídeos vistos, y también por todo lo que había escuchado sobre la playa y sus olas, cuando llegué me pareció estar en un lugar ya conocido. Todo estaba en su sitio, tal cual lo había imaginado. Faltaban las olas, pero eso quedará para otra ocasión. 

Fui hasta Nigrán por un doble motivo. Había quedado primero con Román, quien ya había terminado una nueva Iron Mountain. Un 9,2'', de color gris, preparado para surcar las olas de Doniños. Quedamos frente al pico, y allí hicimos las presentaciones. Próximamente hablaré de la tabla, pero he de decir que el resultado final me ha encantado. Dado mi desconocimiento en shape, me puse en sus manos, y Román supo interpretar perfectamente lo que esperaba. Ahora a ver que tal se comporta en el agua, pero por su volumen, tiene pinta que no habrá ola que se le resista, por muy pequeña que sea ésta.

Tras hablar de todo un poco, y antes de la segunda de mis citas, seguí la recomendación de Román de subir hasta Monteferro, el lugar del que, de algún modo, había salido mi nueva tabla. Las vistas desde el alto son magníficas. En una costa en la que la mano del hombre está tan presente, poder disfrutar de un tramo en el que lo que impere sea la naturaleza, es algo a cuidar y conservar.

Tras mi visita a Monteferro, quedé con Vicente en el parking de la playa. Cuando nos encontramos la verdad es que me hizo ilusión cuando me dijo que nuestro encuentro le recordaba a la primera vez que Rufino y Tito habían bajado hasta Patos a coger olas. Al igual que a mí, se los había encontrado más o menos sentados en el mismo sitio, y mirando al mar. O más que al mar a las Cies, que a falta de olas, dominaban el paisaje. 

Tras los saludos fuimos hasta la casa de la familia Irisarri. Nos íbamos a encontrar por segunda vez, en menos de un año, para repasar los orígenes del surf en el sur de Galicia. Además de Jose, Alberto, Suso, Vicente, Nacho Montenegro, Nicolás Pita y Ángeles Vega, a la reunión se unieron Balbi Irisarri y Victor Montenegro, que no habían podido asistir al encuentro anterior. La conversación fue de lo más interesante. Es todo un placer echar con ellos la vista atrás. Recordar anécdotas, escuchar historias, discutir sobre fechas, repasar fotografías,  ..., y recoger su testimonio que es parte fundamental de nuestra historia como surfistas.

23.4.13

HISTORIAS. Juan Abeledo. Nunca es tarde para empezar. Parte 5 y fin.



Si aún no has leído los episodios anteriores, se recomienda ver la parte 1, parte 2, parte 3 y parte 4.

Juan y el surf.

El surf llegó a mí de la mano de mi hijo Juan en el año 1977. Antes, con 14 o 15 años, ya había llamado mi atención a través de alguna foto que me imagino que había visto en una revista o un noticiario. Sin embargo era un deporte que se practicaba en lugares lejanos, al otro lado del mundo, no aquí. Miraba a las olas de mi playa y soñaba que, algún día, podría surcarlas montando en una de aquellas míticas tablas de los hawaianos. Deseaba practicarlo desde los 15 años, pero no llegó a mí hasta 45 años después.

Sin embargo, y antes de tener la primera tabla, se puede decir que ya surfeábamos con una canoa que nos construimos con lona de cáñamo. Medía unos 6 metros de largo por 1 metro de ancho, y llegamos a navegar en ella hasta 4 personas. Primero la utilizábamos para hacer rutas por la ría de Ferrol los fines de semana, y luego travesías hasta la de Ares. Incluso fuimos una vez hasta los Caneiros, en Betanzos, en una travesía de más de 30 kilómetros por mar y 15 días de viaje. También llegamos a A Coruña en tres horas. En el viaje hasta Betanzos, y cuando salimos a mar abierto para pasar de la ría de Ferrol a la de Ares, nos sorprendió una fuerte marejada y lluvia, que nos obligó a separarnos una milla de la costa, antes de virar a toda prisa para empopar las olas. Desde los barcos de pesca nos llamaban locos, y no les faltaba razón. También recuerdo que en el puente del Pedrido, en la desembocadura del río Mandeo, se nos estropeó el timón surfeando una ola. Para poder volver hasta Ferrol tuve que rehacerlo con maderas que encontré por la playa. Por cierto, algún tiempo después de esta aventura, surgieron problemas con uno de los tres socios con los que compartíamos la propiedad de la canoa, y que intentó hacer un uso inapropiado de la embarcación. Mi otro amigo y yo tomamos una decisión. Lo citamos un día en el muelle para entregarle su parte de la sociedad. No asistió a la cita, y previendo esto, fuimos provistos de una sierra; medimos los 2 metros de piragua, la aserramos y le dejamos su parte allí. La piragua quedó un poco más corta, pero como ya sólo éramos dos, servía igual.

También se lanzaba a las olas sólo con el cuerpo -comenta Matilde-, y solía acabar revolcado en la orilla, lleno de arena tras coger una.

Pero mi verdadera historia como surfista comenzó el día que mi hijo Juan apareció en casa con una tabla de surf inglesa que había comprado en un viaje que hizo a Cantabria en autostop. Tan pronto como la vi le dije: “¡Yo también quiero una tabla para mí!”. Asombrado él me preguntó “¿Pero estás seguro qué quieres hacer surf a tu edad?”, a lo cual yo le respondí sin dudarlo: “Si sabes de una tabla, cómpramela.” 


A las pocas semanas Juan hijo cumplió el deseo de su padre y apareció con un precioso tablón azul y amarillo, que sería su primera y única tabla. “La había comprado en Coruña a su amigo Jose. Aún la conservo, con su pintura original, azul y amarilla, y “La Gaviota” que le pinté en fibra en la proa para bautizarla.

Fue así como con sesenta años me entró lo que yo llamo el “síndrome del surf”. Desde entonces lo primero que hacía al levantarme por la mañana era abrir la ventana y mirar al mar en busca de ondulaciones: ¡¡hay olas!!. Y fíjate que felicidad, porque el mar casi siempre estaba bien. Y eso que el océano es algo vivo. Tiene su carácter, cambia de humor. Hacer surf en él es una locura. Imagino lo que sentirá un joven, que puede hacer maravillas en las olas. Es fantástico hasta cuando te da revolcones el mar. Estuve surfeando unos 15 años, hasta los 75. Los primeros 3 o 4 años surfeaba solo en Doniños, salvo algunos domingos que aparecían por aquí la gente de Coruña: Carlos Bremón, ¡el gran Tito!, Vari Caramés, Jose, Rufo, y los compañeros de mi hijo en Náutica. Me hubiese gustado haber podido disfrutar del surf más años. De hecho creo que no he hecho ni la décima parte del surf que me hubiese gustado. También es cierto que con los años de madurez se calmaron mis ansias de coger olas. Creo que supe aprovechar mi oportunidad, a pesar de que tenía 60 años cuanto ésta se presentó. Y desde luego que no me consideré mayor para aprender y disfrutar del surf por haber empezado tan tarde.

Además de los citados recuerdo también a Cristina Rodríguez, la primera mujer surfista. Cristina era hija de mi amigo Jaime. Le entró la furia por el surf, y tras probar “La Gaviota”, su padre le compró una tabla. Surfeamos juntos 4 años a finales de los 70 y principios de los 80.

Al igual que Cristina, pronto comenzó a surfear más gente de Ferrol, como los hermanos Antón, Alberto, Fernando, Jorge y José Luís, que eran unos verdaderos asiduos. Fueron los primeros en Ferrol. Luego apareció Juan Chedas, que pasaba los veranos en una caseta en Doniños a mi lado. También los Couto, los Montalvo. Todos dejaron en mí grandes y felices recuerdos. Y así fue como de repente, de surfear solo, pasé a verme rodeado de chavales que me contagiaban su alegría y con los que continuamente estábamos riéndonos y pasándolo de maravilla. A veces nos llegábamos a juntar entre 15 o 20 personas en el agua. Y ellos me gritaban “¡Abuelo!, ¡esa ola es mía!”. Y yo les decía, “¡ni os atreváis a cogerla que os paso por encima!”. Lo pasamos fenomenal. Aún es hoy el día que me gusta verme rodeado de gente joven, que me contagie su alegría y las ganas de seguir haciendo cosas.

Al poco tiempo de haberme iniciado en el surf mi hijo Juan me encargó recibir y mostrar las olas a unos chicos que venían de Cantabria. Fui a buscarlos a la Croa y allí estaban esperándonos sentados, al lado de su Citroën dos caballos. Se quedaron con nosotros unos 15 días y tuvimos un trato muy cordial. Surfearon olas maravillosas en Doniños todos los días; eran muy buenos. Lo que yo consideraba que eran surfistas de verdad. Recuerdo que nos ayudaron a apagar un incendio al lado de nuestra casa. ¡Cómo trabajaron ayudándonos a vencer a las llamas! Uno era Pedro Beraza, otro José Manuel Solana y del resto no me acuerdo de sus nombres. Pedro me enseñó a trabajar con la resina y con lo aprendido conseguí arreglar aquella primera tabla que mi hijo había traído de Cantabria y que a los pocos días de su estreno en Doniños había partido.


Yo les hacía caldo gallego – dice Matilde. Les encantaba. Uno de ellos se sentaba con las piernas cruzadas en el suelo a hacer yoga, y como yo no sabía lo que estaba haciendo, me quedaba pasmada cuando sus amigos me decían que estaba en trance. ¡Mucho les gustaba el caldo gallego!. Durmieron en una tienda de campaña que les dejamos. Eran muy buena gente.

También recuerdo una furgoneta de ingleses que apareció un día en la playa, y que se quedaron en Doniños varios meses. Estuvieron tanto tiempo que hasta habían dado nuestra dirección en Doniños para que sus familiares les enviasen cartas desde Inglaterra. Cuando se marcharon nos dejaron dinero para recogerles el correo y remitírselo de nuevo Inglaterra. Creo que les debo aún unas 100 pesetas del fondo que dejaron, ¿verdad Matilde?

A diferencia de ellos, yo era un surfero de los de dejarse llevar por la ola, correr la pared y nada más. Disfrutaba deslizándome, y si algún día tenía algo de suerte, y la ola era buena, me colocaba en la punta. Surfear una ola era toda una maravilla. Y tras el baño me iba más contento que un ocho para casa.

Aquellos años están llenos de otras muchas anécdotas e historias. Carlos Bremón se hacía su propia parafina y Rufo aprendió a trabajar con la resina y la fibra, por lo que comenzó a hacer tablas de surf como la Rufo´s que ves aquí. Ésta es “La Guapa”. La usó mi hijo mientras estudiaba Náutica en Coruña. Conservo también otra tabla, de color negro, hecha por Félix Cueto, aunque no funcionaba muy bien. Y también los inventos que fabricábamos con cuerda con goma de neumático y que atábamos a la base de la quilla.

De entre todos los días de olas recuerdo uno en el “Rincón” de Doniños, un día precioso de derechas… Derechas bien formadas con bastante mar. Una ola de la serie hizo que “La Gaviota” se desplazara en dirección contraria a mi brazo y me llevé un susto de muerte. ¡¡Mi brazo!!, grité. Cuando eché la otra mano al sitio habitual del hombro no lo encontré. Menos mal que al final apareció. ¡¡Alberto, Alberto!!. ¡¡Me he dislocado el hombro!! Llamé a Alberto Antón a gritos para que me ayudara a llegar a tierra. Él y sus hermanos me llevaron al hospital vestido con mi traje de buzo.
Allí los médicos no daban crédito al verme, y tras convencerlos de que no recortaran el traje, no paraban de preguntarme – “Pero abuelo, ¿qué narices estaba usted haciendo en el mar?” A lo que yo respondí: “Por favor hagan su trabajo rápido que quiero volver a la playa. ¡¡Me están esperando unas olas fantásticas!!”. Estuve un mes con el brazo en cabestrillo hasta poder volver a surfear de nuevo.

En mis últimos años, a partir de los 75 y hasta los 80, surfeaba más de barriga, acostado o de rodillas, pues con los años me costaba ponerme de pié debido a la artrosis.

Del surf, con ochenta años, me pasé al campo a través. Estuve corriendo durante cinco años, aunque claro, a mi ritmo, no como cuando tenía sesenta años. Participé en el primer memorial Adolfo Ros, y logré dar la vuelta a la Ría de Ferrol. Hoy sigo practicando natación. Cuando la temperatura del agua me lo permite me baño en el mar. Sigo yendo a nadar a la piscina, o a caminar, porque tengo claro que si me siento en el sillón me atrofio. Padezco artrosis pero creo que mientras me mantenga en movimiento seguiré pudiendo hacer muchas de las cosas que me gustan. Lo único que me ha quedado por hacer en la vida ha sido probar el parapente o el surf con vela. Ahora escucho la radio, veo la televisión, leo la prensa. Aún tengo la del domingo sin leer. No me da tiempo a leerla todos los días. Luego, chapuzar en casa. Si no tengo ninguna ocupación pendiente cambio las cosas de sitio. Carpintero, albañil, electricista, hasta peluquero. ¿Sabes que la última vez que fui al peluquero fue en 1950? Me cobró 12 pesetas. Ahora yo mismo me sigo cortando el pelo. Durante el día bebo mucho agua, sobre dos litros, mezclada con hierbas aromáticas: romero, cola de caballo, orégano, pasionaria, … . Hago la infusión y me la bebo. También he pintado cuadros, casi todo con el mar como tema. Pero sucedió que, para evolucionar en mi pintura, tenía que perder muchas horas de playa, de charla con los amigos, de surf, de pesca, etc. Y decidí colgar los pinceles. O lo hacía bien, o no lo hacía.

Deciros que me dais mucha envidia cuando os veo correr como locos hacia las olas. Espero que antes de que me muera, allá por el 2018, la ciencia avance lo suficiente para rejuvenecer mi cuerpo y poder surfear algún año más.  No estaría mal a los 96 años que tengo ¿no?. 

Foto 1.- 1978. Juan en Doniños.
Foto 2.- 2009. La Gaviota.
Foto 3.- Cántabros en Galicia.

Todo lo publicado sobre Juan Abeledo en desdelacroa pulsando AQUÍ.

22.4.13

HISTORIAS. Juan Abeledo. Nunca es tarde para empezar. Parte 4.



Si aún no has leído las partes anteriores se recomienda ver parte 1, parte 2 y parte 3.

Juan y el socorrismo.

La verdad es que me metí en el socorrismo sin quererlo, de casualidad. Como soy aficionado a la pintura, un día me fui a pintar al “Rincón” de Doniños. Desde allí vi llegar a 2 soldados; uno de ellos no sabía nadar y el otro no paraba de llamarle cobarde por no querer entrar al agua. No paró hasta que consiguió que su compañero se bañase. A los pocos minutos tuve que quitarme la ropa y tirarme a por los dos. Tras el rescate, la satisfacción personal fue tan grande que, desde ese momento, siempre estuve atento por si alguien necesitaba de mi ayuda.

Tras varios rescates un hombre me regaló una cuerda y otro un salvavidas, de modo que con la cuerda, el salvavidas y mis aletas de bucear, me convertí, sin quererlo, en el primer socorrista de Doniños de modo totalmente voluntario. Por aquel entonces el tema del salvamento y la seguridad en las playas no se trataba como ahora, en que se dispone de medios, y es una cuestión que preocupa. Como no había infraestructura en la playa, ponía en mi tienda el distintivo para que la gente me pudiese identificar en el caso de que hubiese alguna emergencia. Luego cuando se formó la Delegación Provincial de Salvamento pasé a ser el socorrista oficial. Izaba la bandera roja y nadie se bañaba, todo el mundo me obedecía. Con el nombramiento de socorrista oficial, me regalaron mi primer traje de goma de verdad. Para mí aquel traje fue uno de los mejores regalos de mi vida. Estaba como un chiquillo con él. Después de tanto tiempo pasando frío, al fin podía disfrutar de cierta comodidad. La llegada de las tablas nos ayudó también en muchos rescates. Hubo además mucha gente que colaboró en la tarea. Aquella fue una labor de más personas, no sólo mía”. Tras mucho insistir Juan acaba reconociendo: “Habré salvado a unas treinta o cuarenta personas”. 

Foto 1.- 1979. Juan frente a la primera caseta de socorrismo que hubo en Doniños.

20.4.13

HISTORIAS. Juan Abeledo. Nunca es tarde para empezar. Parte 3.



Si no has leído las partes anteriores, se recomienda ver la parte 1 y la parte 2.

Juan y la pesca.

Instalados en Doniños, era inevitable que nuestra vida allí girase en torno a la playa y el mar. En el año 1950 apareció por la playa Fernando Oliver, un chico de Ferrol que trabajaba en Madrid. Trajo consigo un fusil de pesca submarina, un Nemrod de dos metros de largo, además de un un tubo y unas gafas de bucear. Al acabar el verano, y antes de que se fuese a Madrid, le convencí para que me vendiese su equipo, ya que él podría comprar otro similar allí a buen precio. Aquí no los había. Hasta aquel momento nosotros habíamos pescado con caña y tanza lanzando desde las rocas, o con la ayuda de un arpón. Cogíamos sargos en aguas de un metro de profundidad, en la misma orilla. Las centollas y los percebes abundaban también en el extremo de la playa en donde acampábamos. Contar con el fusil supuso un avance increíble en nuestra técnica de pesca. Yo le preguntaba a Matilde: “¿qué quieres para comer?” Podía elegir a su gusto cualquier clase de pescado, marisco, pulpo, mejillones, … Llegamos a pescar róbalos de hasta 6 kilos.

Los avances en lo referente a trajes llegarían más tarde, y durante muchos años, unos 30, buceamos protegidos sólo con jerséis de lana. Después llegarían los primeros trajes fabricados por nosotros mismos, y que construíamos con telas engomadas que habíamos localizado en A Coruña. Pero al probarlos, a pesar de que nos abrigaban, tuvimos que prescindir de ellos, ya que tenían un inconveniente: ¡¡flotaban demasiado!!. También preparamos varias máscaras de goma en las que el aire entraba desde el tubo, lo que nos permitía respirar más cómodamente por la boca y la nariz.


Tras aquel primer fusil llegaron otros fabricados por nosotros mismos en madera, con mucha maña e imaginación. Como no había dinero lo único que nos quedaba era el ingenio. Luego llegaron los de aluminio, que también fabricábamos en casa, fundiendo el metal en el horno de leña de la cocina y dándole forma en moldes que creábamos de escayola. También construimos otros fusiles con piezas de los antiguos de madera. Los de aluminio eran más ligeros pero un poco incordio en el momento de recoger las piezas, ya que si los soltábamos se hundían. Nos las ingeniamos para resolver este problema colocando en la punta una esfera de corcho de las que recogíamos en la playa, de modo que cuando caía una pieza, podíamos soltar el fúsil sin que se hundiese, e ir con la red a coger la captura. La red la fondeábamos con un alambre de cobre y flotadores de corcho. Resulta difícil de transmitir la sensación maravillosa que nos invadía cuando, después de mucho trabajo con la mente y con las manos, conseguíamos construir algún instrumento, o realizar un invento. Era fantástico superar los inconvenientes y resolver los problemas que se planteaban sólo con nuestro ingenio y la escasa herramienta de la que disponíamos. Ha sido una suerte conservar todo el equipo, ya que me reporta unos recuerdos maravillosos.

Nuestra relación con la pesca, además de ser nuestro principal medio de sustento cuando estábamos en Doniños, era de afición. Recuerdo que una vez un amigo me propuso ir a pescar los domingos, para después llevar nuestras capturas al mercado el lunes antes de ir a trabajar al astillero. Todo lo que cogíamos lo envolvíamos en helechos y con nuestras bicicletas recorríamos los 12 kilómetros del camino pedregoso hasta Ferrol con la mercancía cargada en los canastos. Pero esto duró tres meses. Aunque el dinero extra nos venía muy bien, renuncié a estos ingresos porque me di cuenta que habíamos transformado una diversión en una obligación, y con ello ir a pescar ya no tenía tanta gracia.

Llegué a participar un año en el campeonato de España de pesca submarina que se celebró en Almería. En aquel momento trabajaba como instructor de educación física en la escuela de aprendices del astillero Bazán. Los jefes del astillero, a través del Delegado Provincial de Deportes, Educación y Descanso, nos reclutaron a mí y a otros tres para representar a la provincia de A Coruña en el campeonato. Quedamos fatal, ya que en los tres días de competición no pescamos nada, salvo el último que cogimos un sargo de 10 kilos. Sin embargo decidimos comérnoslo, por lo que no puntuó.

Gracias a la pesca tuvimos la oportunidad de conocer con gran detalle el tramo de costa entre cabo Prioriño y Cabo Prior: cada saliente, cada roca, cada cueva, …, y también comprender un poco cómo funcionaban las corrientes, las marea, …, y en definitiva entender como todas estas variables que intervienen en la dinámica del mar y las olas. Todos estos conocimientos, adquiridos de modo casi inconsciente, fueron fundamentales en la labor que como socorrista emprendí años después.

Foto 1.- 1956. Juan primero por la derecha con las capturas del día.
Foto 2.- 2009. Herramientas de trabajo. (Fotografía de Eloy Taboada).

18.4.13

HISTORIAS. Juan Abeledo. Nunca es tarde para empezar. Parte 2.



Parte 1, pulsando AQUÍ.

El descubrimiento de Doniños.

"Soy un gran aficionado al mar desde pequeño. De hecho llevo en contacto con él desde que tenía 14 años, más o menos a la edad en que descubrí Doniños.

Por aquel entonces en la playa no había casi ninguna casa, y tampoco llegaba la carretera; la gente le tenía miedo al mar. Por eso nadie venía a la playa; era un lugar que parecía no interesar.

Doniños era, y sigue siendo, una maravilla. Un lugar privilegiado por sus condiciones climáticas, su arena dorada, su pesca, … Al principio Matilde y yo veníamos a pasar el verano en una tienda de campaña al lado del mar, cerca de donde después se construyó la caseta de socorrismo. Era el año 1946 y acabábamos de casarnos. Tras varios veranos en la tienda de campaña, nos hicimos en el mismo lugar una pequeña chabola para tener algo más de comodidades. Allí pasamos varios años, 12 o 14 seguidos, disfrutando del mar y las olas, hasta que en 1959 construimos la casa en la que estamos ahora.

Llegar a Doniños a finales de los años cuarenta era toda una aventura. Al principio no nos quedaba otra opción que venir andando o en lo que nosotros llamábamos “La Pachanga”, el bus de línea Ferrol-Doniños. El vehículo, en lugar de asientos, tenía cajas de madera en las que acomodarse. Pero las cajas no iban ancladas al suelo, por lo que cada vez que frenaba bruscamente todos los pasajeros acabábamos unos contra los otros en la parte delantera del bus. El colmo era cuando se paraba el motor y nos teníamos que bajar a empujar para que volviese a arrancar. El último kilómetro había que hacerlo caminando, ya que la carretera no bajaba hasta el pueblo, y menos hasta la playa. Para que te hagas una idea de lo “aislados” que vivíamos en Doniños, te hablaré de uno de los personajes que con nosotros compartía aquel paraíso que era la playa. Le conocíamos como “El Escapado”, y se contaba de él que siendo marino de guerra, había sido expulsado del ejército por motivos políticos. Aquel hombre vivía en estos arenales, en donde parecía haber encontrado su “escondite”, y se pasaba el día caminando de un lugar a otro, sin mayores pertenencias que su ropa, alimentándose de lo que pescaba y siempre acompañado por un fiel perro que lo seguía a todas partes. Era un excelente pescador. Llevaba consigo un rollo de tanza de un centenar de metros que a mano, sin caña, lanzaba desde los acantilados o desde la playa. En una ocasión, en que dormía junto a la pesca conseguida, fue atacado por una banda de gaviotas que querían robarle. Fue muy extraño, pues las gaviotas no suelen atacar. Se salvó gracias a su perro, que consiguió, con sus ladridos y saltos, ahuyentarlas.


Para intentar acortar el tiempo de viaje desde Ferrol hasta Doniños, hicimos de todo. En el año 1948 me enteré de que el carbonero de San Roque, uno de los suministradores de este combustible para calefacción en Ferrol, vendía una bicicleta Orbea por 30 duros. En otra tienda de la calle Real, propiedad de Delio Rodríguez, que había sido un famoso ciclista en los años treinta, había otra bicicleta que valía 1.200 pesetas, un precio más que considerable en aquella época. Para que te hagas una idea, por aquel entonces ganaba al mes 500 pesetas. Afortunadamente teníamos dinero ahorrado, así que le dije a Matilde. “He visto dos bicicletas. Las podríamos comprar por 1.350 pesetas. Tenemos 4.000 pesetas ahorradas para comprar una maquina de coser. ¿No crees que podríamos gastarnos esas 1.350 pesetas, comprar las bicicletas y así llegar antes a Doniños?.” No lo dudamos ni un instante. A la máquina de coser le tocó esperar. Con las bicis en nuestro poder éramos la envidia de todas las parejas, y la verdad es que les sacamos un partido bárbaro. Aún las tengo aquí guardadas en el cuartucho. Una de ellas tiene todavía la matrícula del ayuntamiento de Ferrol, la número 2.241. Llegamos con ellas incluso hasta Asturias. A las bicis les siguió en el año 1959 una motocicleta, una Lambretta, con la que llegábamos más rápido todavía a Doniños y con la que viajamos hasta Villagarcía. En Sansenxo, atravesamos la ría de Pontevedra en un barco de pesca hasta Bueu, para ir después desde allí caminando hasta el monte de Santa Trega. Entre nuestro equipaje recuerdo que íbamos cargados con los víveres, en especial aceite, azúcar y arroz, que habíamos ahorrado de nuestro consumo diario en Ferrol, ya que en aquellos años estos alimentos estaban racionados. Por culpa de la Lambretta, la máquina de coser de Matilde tuvo que esperar de nuevo.

Aquel ansia por llegar cuanto antes a la playa creo que tenía su origen en mi infancia, y ha sido uno de los motores de nuestra vida. Desde los once años, en que tuve que dejar de estudiar y comenzar a ayudar económicamente a mi familia, sólo he tenido, y continúo teniendo, una idea: necesito más tiempo libre, tiempo para mí, para poder hacer las cosas que me gustan. Aquellos fueron tres años en los que el tiempo pasó volando, pero que me sirvieron para ser consciente de ello. El disponer de tiempo libre ha sido algo a lo que he intentado no renunciar, a pesar de las necesidades económicas, que en aquellos años eran muchas. Te contaré una anécdota que ilustra lo que te digo. Cuando se empezó a poder escoger la jornada intensiva en el astillero durante el verano, se abría la posibilidad de disfrutar de la vida al aire libre todos los días, aunque aquello suponía ganar menos dinero, que por otro lado nos hacía mucha falta. Hubo un año en el que las necesidades me llevaron a no cogerla. Pero al año siguiente, tras la experiencia del verano anterior, teníamos claro que no podíamos repetir. Hoy han pasado más de 30 años desde que me jubilé y esa sensación continúa en mi cabeza. No me llega el tiempo. Sé que he de morir, pero espero llegar por lo menos hasta los 102 años".  

Foto 1.-1940. Doniños.
Foto 2.-1949. En bici.

17.4.13

HISTORIAS. Juan Abeledo. Nunca es tarde para empezar. Parte 1.



En el último de los artículos publicados en La Voz de Galicia en recuerdo de Juan Abeledo, el periodista Francisco Varela nos hablaba de cómo la historia de Juan había sido un soplo de aire fresco para muchas personas que habían conocido su vida a través de aquellos textos. Esa sensación, evidentemente amplificada, es la que todos sentíamos cuando disfrutábamos de su compañía. Tal vez por ello, hemos sido varios los que, atraídos por su persona y sincera amistad, hemos querido recoger su experiencia vital, no sólo para darla a conocer, sino también para de algún modo interiorizarla y tenerla muy en cuenta en nuestro día a día.

El siguiente texto, que finalmente hemos estructurado en varios capítulos que se irán publicando en sucesivos días, recopila parte de las conversaciones que Gonzalo Casal (en un texto aparecido en la revista Glide en 2009), Carlos Bremón (en una entrevista publicada en la revista Surfer Rule en 1992), Beatriz Antón (en un texto recogido en La Voz de Galicia en 2009) y yo mismo, mantuvimos con él y con Matilde, bien sentados entorno a una mesa, saboreando las riquísimas torrijas que nos habían preparado, o entre descansos en sus jornadas cortando la hierba o podando setos en la casa de Doniños. 

Juan pensaba que los recuerdos viven. En el caso de los de algunas personas, puedo afirmar que es realmente cierto. Él permanecerá siempre vivo con nosotros en esos recuerdos.

Dada su extensión, el texto lo publicaremos en capítulos, cada uno de los cuales se centrará en una faceta o en una etapa de su vida. Algunas de las historias, por haber sido ya contadas en el blog no se reproducen de nuevo, pudiéndose acceder a ellas a través de un índice que publicaremos con la última entrada. El texto se acompaña con diversas fotografías de su archivo personal.

Sólo espero que leyendo el texto, disfrutéis tanto como nosotros escuchándole.


Nunca es tarde para empezar. Los primeros años.

Desde hace un par de años tengo la fortuna de vivir en Doniños, al lado de la playa, en el lugar donde creo haber encontrado mi hogar. Me ha costado mucho esfuerzo conseguirlo: búsquedas y más búsquedas que culminaron primero en un modesto alquiler para el verano, que después se acabó extendiendo para todo el año. Finalmente pude comprarme mi propia casa.

Establecido en Doniños poco a poco fui conociendo a mis vecinos. Dos de ellos, Juan Abeledo y Matilde Caridad, pasean todos los atardeceres de verano por delante de mi casa. La primera vez que hablé con ellos fue uno de esos días en que llegas tarde del trabajo y sales como un rayo, corriendo por la acera con el traje a medio poner y la tabla bajo el brazo, rumbo a los últimos minutos de luz surfeables. “¡Buenas olas!”, me gritaron. Desde ese día entablamos numerosas conversaciones, algunas de ellas pequeños resúmenes de la vida y la historia del surf en Doniños, su hogar.

Antes de ese primer encuentro, conocía parte de la historia de Juan y su familia. En mis inicios en el surf, hace ya más de veinte años, nuestros maestros nos contaron, como parte fundamental de nuestro aprendizaje, muchos de los hechos y anécdotas que marcaron los comienzos del surf en Galicia: cómo descubrieron las playas, cómo fabricar y reparar una tabla, los primeros viajes, …; para nosotros, los principiantes, aquellos primeros surfistas, los “mayores” como los llamábamos, eran admirados no sólo por su nivel en el agua, sino también como los héroes responsables de traernos el que queríamos que fuese nuestro modo de vida.

Juan se enamoró del surf hace más de treinta y cinco años cuando rondaba los sesenta, en una época en la que ver a alguien deslizándose sobre las olas de Doniños era todo un acontecimiento, y mucho más si ese “alguien”, como le ocurría a él, peinaba canas y se acercaba a la edad de la jubilación. “Matilde también lo probó con 54 años. Un día remó hasta la rompiente y cogió una ola de barriga. A medida que se acercaba a la orilla, y al ver que no podía frenar, tuvo la impresión de que la playa, con la arena y sus dunas, se le venía encima. Fue así como ella conoció también la sensación”.

Juan nació en Vilamaior en el año 1916, pero a los cuatro años se trasladó con sus padres a vivir a Ferrol. A los 11 empezó a trabajar como recadero en una sastrería para ayudar a la economía familiar. Se trataba de un trabajo de lunes a domingo, en el que sólo tenía libres las tardes dominicales, y que le obligó a dejar de estudiar. Y eso que era un alumno aplicado que destacaba sobre sus compañeros, y que había establecido con su profesor, Lázaro Blanco López, una excelente relación. De hecho, poco antes de tener que dejar la escuela, su maestro le regaló un libro, que le dedicó “a su predilecto discípulo”, y que Juan ha guardado desde entonces como recuerdo y agradecimiento de las enseñanzas recibidas. Su trabajo como recadero le hizo ser consciente, a pesar de su temprana edad, de algo que no todo el mundo logra descubrir: la necesidad de disponer de tiempo libre para poder hacer todas aquellas cosas maravillosas que la vida nos ofrece.

“Tras aquel trabajo, con jornadas que duraban 12 o 13 horas diarias, y cuando pude alcanzar mayores cotas de libertad, de vida al aire libre, supe apreciar el valor que ello tenía, así como la salud y el buen estado físico como condiciones esenciales para ello. Hay gente que cifra su felicidad en el consumo. Afortunadamente pronto descubrí que aquellas cosas que realmente me hacían feliz, no costaban dinero. Para mí la felicidad está en las cosas simples, como por ejemplo ver cómo un gato se estira tomando el sol. Matilde y yo hemos vivido siempre nuestra vida sin preocuparnos por lo que hacían los demás, ni si ellos se preocupaban de lo que hacíamos nosotros. Sin dinero, eso sí, pero felices disfrutando de las muchas cosas que estaban a nuestro alcance.




Tras trabajar en la sastrería, y con 14 años, su padre le preguntó que quería ser de mayor. Él sin saber muy bien por qué, dijo que mecánico. Esa respuesta cambió su vida y le permitió con los años alcanzar su sueño. Su padre consiguió que entrase como alumno en el Taller de Artillería de la Armada en Ferrol, en donde Juan aprovechó el tiempo al máximo y adquirió los conocimientos de mecánica, soldadura, talabartería, ebanistería, ..., que le facilitarían la entrada en el astillero Bazán a los 23 años. Allí trabajó de ajustador-montador hasta que pasó a una oficina. Aquel trabajo le permitió finalmente disponer del tiempo necesario para poder cumplir sus sueños.

Ahora cada mañana, ya retirado y con más de noventa años, se le puede ver feliz con la mochila a la espalda, enfundado en uno de sus llamativos jerséis de escalador, camino de la piscina de Batallones dispuesto a hacerse unos largos. 

Foto 1.- 1928. Uniformado frente a la sastrería.
Foto 2.- 1937. En un descanso en el Taller de Artillería de la Armada.

13.4.13

HISTORIAS. Juan y la pintura.



Antes de ayer, Juan Cortizas, compañero de Juan Abeledo durante muchos años en el astillero Bazán, nos dejaba un sentido comentario en su recuerdo, en el que, entre otras cosas, destacaba su faceta pictórica como acuarelista.

Juan Abeledo fue uno de los miembros fundadores de la Sociedad Artística Ferrolana (SAF), y con la pintura, al igual que como con otras cosas, empezó gracias a su profunda curiosidad por las cosas.

Juan tenía como vecino en Doniños a un reconocido acuarelista ferrolano que un día le ofreció acompañarle en sus salidas matinales al campo para pintar. Durante doce días de aquel verano, Juan llamó puntualmente, a las seis y media de la mañana, a la puerta de la casa del pintor y le acompañó hasta los prados en donde el artista había encontrado motivos de inspiración para su obra. En esos doce días, el “maestro” no le explicó ni una palabra sobre en qué consistía la técnica de la acuarela, pero Juan se mantuvo observador, fijándose atentamente en cómo el lienzo, en principio en blanco, se iba completando con sucesivas capas de pintura diluida en agua y cómo los colores se modificaban según se añadía o quitaba agua al pigmento. También cómo a medida que se superponían más lavados, el color se hacía más profundo. O los efectos que sobre la pintura tenían el empleo de diferentes tipos de pinceles, esponjas o trapos.

Al terminar el verano, y cuando el pintor se marchó a Madrid, Juan le compró todos los  lienzos en blanco que tenía, y se dedicó a “mancharlos” durante ese otoño e invierno: olas, acantilados, paisajes, ..., quedaron reflejados en el papel.

Cuando el pintor regresó a Doniños al verano siguiente, Juan le enseño su trabajo. Entre todas sus obras le hizo una selección, y tras colocarlas una tras otra en la acera exclamó: “¡Juan, ya tienes cuadros como para montar una exposición!”.

Tras aquel verano, Juan continuó con su aprendizaje autodidacta. De sus salidas de campo, comprendió que una de las claves de la acuarela se encontraba en "trabajar, trabajar y trabajar". Y como en otras facetas, la aplicó al máximo, hasta desarrollar una técnica precisa que cobró su máxima expresión en las marinas que pintó, principalmente de lugares de la costa de Doniños.

Cuando Juan se retiró de su trabajo en el astillero, pensó en dedicarse a la pintura de modo semiprofesional. Sin embargo, enseguida comprendió que si quería que ese proyecto realmente tuviese éxito, tendría que renunciar a muchas cosas. Acababa de descubrir el surf, y la atracción por el mar y la playa fue más fuerte que su carrera como pintor. Así que con 63 años, Juan dejó de pintar y siguió surfeando.

10.4.13

HISTORIAS. ¡¡Kowabunga!!



El de ayer prometía ser un día intenso de trabajo. De esos que sabes que te exigirán concentración y esfuerzo. Por eso, cuando a primera hora, supe del último mensaje que Juan nos enviaba, y lo que ello significaba, no pude contar con el tiempo que me hubiese gustado para interiorizar la noticia.

Ya en casa, por la noche, con el tiempo necesario para pensar, no me sentí sin embargo con el ánimo de escribir nada.

Intentar describir con palabras a Juan resulta imposible. Para disfrutarlo en toda su extensión había que conocerlo en directo, una cosa que por cierto era bastante sencilla, ya que era una persona que enseguida se abría a aquellos que se acercaban a él con espíritu sincero y ánimo de compartir.

La huella que ha dejado en nuestras vidas es inmensa y creo sinceramente que gracias a él, y a Matilde, su inseparable compañera, disfrutamos hoy mucho más de la vida y de las pequeñas cosas que ésta nos ofrece. Seguro que a él le gustaría oír ésto. Este sentimiento sé, además, que no es algo que sólo haya experimentado yo, sino que es común a todas las personas que, durante sus casi 97 años de vida, han tenido la gran fortuna de cruzarse con él. Personas que tenemos a Juan y Matilde como uno de los referentes más firmes en nuestras vidas.

Varias muestras de ello han quedado recogidas en el blog durante estos años. Hoy realmente he disfrutado recordando algunas de ellas. Por ejemplo así le recordaba Félix Cueto en el año 1998, en una entrevista publicada en la revista Surfari y que reproducíamos en el blog en 2009: "desde aquí mando un recuerdo afectuosísimo a Juan Abeledo y a sus padres, Matilde y Juan, de los que siempre me acuerdo; de su caldo y de Crispín, el lagarto verde. Para mí Doniños eran ELLOS y después las olas".

O Jose "Queimarán", hace dos veranos, que nos hablaba de ellos mientras visitábamos "el castro" y recordábamos sus inicios en el mundo del surf. "El modo en el que Juan y Matilde vivían en Doniños nos impactó un montón. Vivían en total contacto con la naturaleza. Ellos fueron las primeras personas a las que oímos hablar del respeto y cuidado de la naturaleza, hoy ideas tan en voga. Pasaban los veranos justo aquí. Entre todos los que compartíamos la ladera del Outeiro, éste era el mejor lugar, y el que mayor significado tenía. Protegidos del viento, con un manantial cercano que les proporcionaba agua dulce. Con el mar suministrándoles buena parte de la comida. Y como no, con unas excelentes vistas a la playa y a las olas. Si no había olas solíamos acercarnos a charlar con ellos. Siempre había algo interesante que escuchar".

Y como no los Antón, quienes compartieron con él muchos momentos en Doniños: "Comenzamos a hacer surf a finales de los 70, -explica José Luis- concretamente en el verano de 1978. Antes, pocas veces habíamos ido a Doniños, ya que no había acceso rodado a la playa. Pero en el momento en que supimos de la práctica del surf en Doniños, empezamos a ir asiduamente. Las primeras veces sólo a ver, hasta que un día, y gracias a la generosidad de Juan Abeledo, lo probamos. Aquel día, cuando nos dejó su tabla, no nos lo podíamos creer. ¡Era una tabla de surf! ¡Y estaba en nuestras manos! Para nosotros era como haber descubrierto un tesoro: algo precioso y misterioso a la vez. Algo sorprendente. 
De hecho –continúa Alberto- fue conocer a Juan con sus 60 años, su optimismo y pasión por la playa, lo que nos impulsó a investigar cómo nos podíamos hacer con una tabla de surf.

O como hace tan sólo tres días, Anselmo, amigo de Juan hijo, me contaba, a través de un comentario en la entrada del blog dedicada a la primera y única tabla de Juan, "La Gaviota", su experiencia con ella. Ambos coincidimos en afirmar que la personalidad de Juan era tal, que los objetos que le pertenecían adquirían en cierto modo su manera de ser, su espíritu, ..., 

Dentro de unos días publicaremos una entrada que recoge parte de las conversaciones que mantuvimos durante estos años, y que él tuvo especial interés en compartir con nosotros, no con el ánimo de trascender, sino con el deseo sincero de que sus vivencias quedasen recogidas de algún modo, y así poder transmitir también, a quienes no había tenido la oportunidad de conocer, lo maravillosa que es esta vida y que no debemos desaprovechar la ocasión de disfrutarla. Teníamos guardadas sus palabras para una situación especial, y aunque nos hubiese gustado que hubiese sido otra, creo sinceramente que ésta lo merece.

¡¡¡Kowabunga!!!